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De autonomía, feminismo y cuarentena: un relato en tres tiempos




Maros Bauer

Ser feminista es una de mis identidades preferidas. Me atraviesa la piel, los sentimientos, los pensares, el cuerpo entero. Sin saberlo me ha acompañado desde niña, desde el momento en que vi que mi timidez era bien recibida pero mi defensa por la libertad y la autonomía eran señaladas como inadecuadas.


Marcela Lagarde -en sus claves feministas para el poderío y la autonomía de las mujeres- dice que la autonomía no está dada, sino que se constituye a través de procesos vitales, sociales, económicos, culturales y psicológicos. Es un proceso y una lucha la que tenemos que dar las mujeres para apropiarnos de ella y encarnarla. Pienso en esto y me reconozco desde pequeña –a veces de manera intuitiva, otras de manera consciente- tratando de extender los límites de mi espacio, de mis tiempos, de mis decisiones, de mis movimientos, de mis deseos y acciones.


Me reconozco en ese proceso también en estos días de encierro donde mi memoria se conecta con 3 hitos que han sido fundamentales. Los primeros dos son bastante claros: el término de una larga (bonita y bastante libre) relación de pareja y el sismo del 2017; el último, más difuso pero no menos importante, llegó en las últimas semanas con la pandemia. La referencia para los tres es un espacio pequeño lleno de plantas y unas breves paredes que han sido testigo de mi proceso.


Llegué ahí un día de verano con un duelo a cuestas y una rica sensación de esperanza y nueva libertad. Fue el tiempo de ir y venir, de explorarme, de refrendar la relación con el placer, mi cuerpo, mi sexualidad, mi tiempo y mi espacio. La sensación de autonomía se profundizó y la disfruté viviendo enteramente sola por primera vez.


Tiempo después la ciudad se sacudió por un terremoto. Me dolían la injusticia, las pérdidas que vivían otras personas junto con el saberme una psicóloga incapaz de colaborar por su propia vivencia de estrés postraumático. También, desde la culposa fortuna de no haber tenido pérdidas fatales, me dolía no encontrar paz en el espacio que había compartido conmigo liberadores tragos de autonomía. Hasta que un día reconecté con la vida y -refrendando sus cualidades de finitud, fugacidad e incertidumbre- me reconocí capaz de cuidarme. Ese año me recordó que apropiarse del autocuidado es un signo de autonomía pues nos alivia de la necesidad en la que nos entrenaron a las mujeres para ser de otros y para otros.


Ha pasado el tiempo y ahora estamos en una pandemia. Salí desde el inicio a la casa familiar para ayudar a mi mamá y a mi papá, facilitar las cosas y cambiar de aires porque mi espacio acababa de ser vulnerado por un hecho de violencia ajeno a mí. Esas eran las razones iniciales, pero poco a poco se difuminaron y empecé a sentirme invadida por la duda. Por momentos me sentía una bomba biológica cada que salía a las compras y pensar en terribles desenlaces, para después tranquilizarme y reír un poco de mi capacidad catastrofista. Pero en otros momentos –los más incómodos y persistentes por semanas- me sentía infiel a mi proceso de autonomía porque me sabía capaz de cuidarme y vivir sola esto como lo hacían muchas personas a mi alrededor: me dolía no poder demostrármelo. Me sentí tan profundamente lejos de la feminista que tanto aprecio, sentí que la traicionaba por estar en la casa de la infancia y no en el espacio que yo misma había construido, con sus breves paredes y pintadas por el verdor de las plantas.


¿En qué momento se nos instala a (¿algunas o todas?) las feministas la idea según la cual la autonomía pasa por demostrarse poder poder solas y sin ayuda? ¿En qué momento caímos (caí) en la trampa de aspirar a esa versión patriarcal de individuo autosuficiente? Una siempre piensa que la cabeza le ha dado vueltas suficientes a las teorías, cuando te das cuenta (una vez más) que faltaba una vuelta más para encarnarla. No, la autonomía no tiene nada que ver con ese sujeto que nada necesita de lxs otrxs. Marcela Lagarde habla de una autonomía que conlleva la construcción de límites personales –entre otras cosas- junto con la separación y distancia frente a los otros y con los otros… ¡y con los otros!


Si, es verdad que soy capaz de vivir la cuarentena en mi casa; también es verdad que mi mamá y mi papá pueden cuidarse solos. Pero también es verdad que he decidido, para estos tiempos, sentirme profundamente conectada con esas dos personas a las que amo. Para mí, la autonomía no tiene sentido si no nos sirve para conectar con lxs otrxs. No estoy traicionando mi proceso de autonomía. Todo lo contrario, la estoy honrando porque si no hubiera dado esas batallas, si no hubiera tenido esa historia de separación, de distancia, de soledad, de autocuidado hoy no podría ser la adulta que se acompaña de otros adultos para cuidarse mutuamente en medio de una pandemia.


Pronto regreso a ese espacio pequeño lleno de plantas y de breves paredes haciendo una nueva edición a mi identidad como feminista, esta vez cultivando la idea de que la autonomía solo tiene sentido con la conexión y que la interdependencia es lo que nos hará sobrevivir.[i]

----- [i] El covid19 es una amenaza real para toda la humanidad pero el sistema capitalista nos ha robado tanto que hoy cuidarse es un privilegio. En mi caso, soy de las personas que puede hacer el #quedateencasa sin sentir que eso significaría que mañana no habrá para comer. Desde ahí me pregunto, desde ahí he tenido buenos y malos días, desde ahí he tenido miedo, desde ahí he podido hacer algunas cosas que me hacen sentir bien. Desde esa posición privilegiada es que tengo la posibilidad de escribir estas líneas. Gracias Lau por ayudarme a encontrar las palabras.

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